lunes, 11 de diciembre de 2006

El nudo del diablo (II)


Eloi Yagüe

(Segunda parte, II)
Siempre pensé que estaba en tratos benignos con fuerzas sobrenaturales. Cada vez que sonaban las tuberías de la cocina –y eso ocurría con mucha frecuencia como en todas las casas viejas- me decía que era la bruja bailando sobre la azotea. Al principio yo me lo creía, pero poco a poco me fui acostumbrando a esos ruidos hasta que dejaron de asustarme.

Otro enigma era el gato invisible. Ella aseguraba que bajo su cama habitaba el fantasma de un felino. La primera vez me agaché para ver si era cierto y me asusté al oír el maullido, sin ver al animal por ninguna parte. Nunca pude explicarme aquello pero, por si acaso, abandoné la costumbre de esconderme bajo la cama cuando mamá me buscaba para que hiciera las tareas.

Pero el mayor misterio protagonizado por mi abuela era, sin duda, el del nudo del diablo. Cada vez que en la casa se perdía algo –bien fuera a mi madre, a mi tía, a mí o a ella misma- cogía un trapo, generalmente un viejo paño de cocina, y le hacía un grueso nudo en el centro diciendo que le estaba amarrando el rabo al diablo. Sin excepción, el objeto extraviado aparecía a las pocas horas o, a más tardar, al día siguiente. Apenas encontrado, se apresuraba a deshacer el nudo, explicando que si no lo hacía, el truco podía volverse contra nosotros. Resultaba inevitable que le estuviéramos muy agradecidos al demonio, pues nos había ayudado a encontrar infinidad de cosas, ya que en la casa todos vivíamos perdiendo llaves, lentes, tijeras, dinero y muchas otras cosas que ya ni recuerdo. Frecuentemente me imaginaba al pobre Satanás con el rabo amarrado y me daba tanta lástima que me parecía natural quitarle el nudo lo más pronto posible.

No recuerdo una sola vez que el encantamiento haya fallado. Sólo esto me bastaba para considerarla, si no maga, al menos una persona dotada de poderes pocos comunes, que se manifestaban en esa inusual relación con su majestad luciferina. Y en la casa ella era la única que podía hacerlo: las veces que mi madre, mi tía o yo mismo quisimos repetir el ritual, el sortilegio no dio resultado. Siempre teníamos que recurrir a ella, que accedía a hacer el nudo sólo después de regañarnos por ser tan descuidados y andar dejando las cosas regadas por ahí.

Cierta vez yo salí del colegio bastante preocupado, porque la boleta de calificaciones que debía enseñar a mamá no era buena y estaba seguro de que me reprendería. Recuerdo que al llegar a casa saqué todo lo que había en mi mochila y me fui a merendar viendo “El Zorro”, que era mi programa favorito. Mientras lo hacía, sólo pensaba en la forma de explicarle a mi madre la razón de esas notas tan bajas, especialmente en matemáticas.

En eso, ella llegó de su trabajo y, haciendo un gran esfuerzo, fui a mi cuarto a buscar la boleta para mostrársela. Pero, por más que sacudí el bulto boca abajo y revolví libros y cuadernos, no logré encontrarla, no me acordaba dónde estaba. De pronto mi madre apareció en el umbral de la puerta de mi cuarto preguntando por la constancia de calificaciones. A la velocidad del rayo inventé una excusa: le dije que aún no la habían entregado, sino que la darían al día siguiente, según había asegurado el director. Mi mamá se mostró extrañada, pero no averiguó más. Cuando se fue, respiré aliviado.

Con gran disimulo salí de mi cuarto y me dirigía a la cocina donde estaba mi abuela preparando la cena. Estuve un rato curioseando aquí y allá hasta que me preguntó qué me pasaba. Hipando y con los ojos anegados en lágrimas , le conté el drama de mi boleta de calificaciones. Ella, el verme en ese estado, me consoló apretándome contra su delantal y acariciándome la cabeza. Cuando me calmé un poco, me miró y con mucha seriedad me preguntó:

-¿Y ahora qué hacemos?
Y respondiéndose a sí misma dijo con malicia:
-Ya sé: le ataremos el rabo al diablo.
Dicho y hecho, tomó el paño de cocina que usaba en estos casos y lo amarró, colocándolo en el cajón de los manteles.
-No te preocupes –me dijo-. Seguro que mañana aparece, pero no le digas a nadie dónde escondí el nudo. Será un secreto entre tú y yo.
Tranquilizado, pues ya consideraba resuelto el problema, me fui a la cama temprano, como de costumbre, porque tenía que madrugar para ir al colegio.

(Continua…)

Este bello cuento de Eloi Yagüe, editado por Playco Editores, forma parte de su libro "El nudo del diablo y otros cuentos asombrosos", escrito para jóvenes de 12 años en adelante.
En los días siguientes publicaré el final de “El nudo del diablo”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Christian. No me puedes dejar a la mitad del cuento del nudo del diablo...............quiero recuperarme del insomnio y no me estas apoyando!!!!!! Un beso

Christian Burgazzi dijo...

No desesperes Anonima querida (lo supongo por el beso...), ya pronto tendrás en final, que es muy bueno, pero creo que no te quitará el insomnio...todo lo contrario...
Otro beso.